Me asomé a la ventana esta mañana y ahí seguía, tan erguido como ayer. El muñeco de nieve que hice con mi hijo me miraba desde la calle, parecía esperar a que bajase a jugar otra vez. Al verlo me sentí a gusto y, sonriendo, pensé ¡qué gozada haber disfrutado como críos! Una vez más constaté que podemos hacer que no se cumpla aquella frase de Carl Jung: nacemos siendo originales y morimos siendo copias.
Picasso sostenía que cada niño es artista; el problema radica en cómo seguir siendo artista al crecer. Afirmaba que le tomó cuatro años pintar como Rafael, pero que le llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño. La gran nevada caída sobre Madrid nos ofreció la oportunidad de volver a ser un poco críos y saborear ese sentimiento de felicidad que sólo la niñez alcanza. Un sentimiento que es la expresión viva de la autenticidad, de esa originalidad con la que nacemos y que, tantos, se esfuerzan en borrar. Desde pequeños, si nos dejamos llevar, terminan por convertirnos en copias; sistemas educativos, sociales, laborales, económicos y políticos, procuran ahormarnos a un modelo determinado, empeñados en que pensemos y actuemos al dictado, cercenando nuestra esencia. Rebelarse, pretender ser uno mismo, está mal visto. Sólo los que triunfan tienen derecho a permitirse el lujo de ser distintos. El resto, si se resisten a convertirse en fotocopias son, en el mejor de los casos, tachados de raros.
No deja de ser curioso que muchos de los valores que dicen buscar los cazatalentos sean los que más se empeña la sociedad en desterrar incluido el talento. Justamente no pocos de los que podemos observar en los niños. Su creatividad, imaginación, curiosidad, capacidad de asombro o ausencia de prejuicios es lo que les hace maravillosos. Viven plenamente cada momento y no dudan en hacer las preguntas más increíbles esperando una respuesta coherente. Su impaciencia no les impide ensimismarse con lo más sencillo ni repetir algo hasta que lo dominan. Se involucran de lleno en la actividad, lo dan todo. Viven la vida sin desperdicio, sin dosificarse, hasta caer agotados. Se alegran, asustan, ríen y lloran con la misma facilidad con la que hacen amigos o cortan relaciones. Se frustran y enfadan sí, pero no se deprimen. Al momento están de nuevo en marcha con nuevos bríos, porque todo en ellos es nuevo, original y único.
Poder conservar aunque sea una parte de tantos valores extraordinarios bien merece la pena el esfuerzo, incluso el peaje social y laboral que no pocas veces hay que pagar. Darse la oportunidad de asombrarse con la vida, de descubrir todo lo mágico y fantástico que encierra es un lujo. A veces necesitamos una nevada para sacar a pasear el crío que llevamos dentro y atrevernos a volver a jugar sin miedo al qué dirán, rememorando la inocencia oculta por tantas capas de apariencia, disfrutando de ser uno mismo porque mucho mejor es ser original defectuoso que copia perfecta.
