Canibalismo cultural

Si va de suyo que a un retoño le siente como un tiro un biberón de alubias, lo mismo aplica a los adanistas alimentados con ideologías tóxicas endulzadas, a los que les siguen la corriente y, sobre todo, a los que padecemos sus indigestiones. Hoy, por mor de la lectura de una entrevista y del anuncio de un diccionario, me ha venido escribir sobre la moda del canibalismo cultural.

Hablando del daño causado a los paisajes, materia en la que es maestro el insigne entrevistado, explicaba que, actualmente, las afecciones más notorias derivan de ideas y acciones presuntamente ambientalistas aplicadas con entusiasmo. Y con su fino humor, dejo caer aquello de que está mal que los caníbales se coman a los misioneros pero que es mucho peor cuando estos se comen a los caníbales. ¡Qué gran verdad! pensé, y cuan extrapolable es hoy el símil a tantos ámbitos de la vida. Lo que no imaginaba es que al poco me iba a topar con un ejemplo de libro.

Efectivamente, al día siguiente me llegó un texto de la campaña publicitaria de «Larousse» contra el acoso machista que había causado furor en México hace unos años. Decía así: «Bombón es un dulce, no una mujer”. Curiosamente el remitente lo enviaba como ejemplo de ingenio publicitario. A mí sólo me evocó el símil del maestro, acuñado por  el irónico escritor Bernard Shaw para denunciar los excesos a los que puede llegar el Estado en su afán de imponer su ley. Encargados unos misioneros de reeducar a los caníbales para enseñarles que estaba mal que se comiesen entre sí, su mal digerido celo educativo les llevó a comerse a los caníbales, o sea lo que hace «Larousse»; en vez de educar definiendo con rigor una expresión coloquial, opta por adoctrinar aún a costa de comerse una de las acepciones de la palabra «bombón».

Por desgracia para la cultura el gusto por la antropofagia semántica se ha extendido. En un mundo tan mixtificado en el que, los que descubren la rueda a diario, han alcanzado cotas de poder e influencia impensables, el canibalismo cultural no deja de sorprendernos. Sin empacho alguno los adanistas de guardia, nuestros nuevos civilizadores, ahítos de su propia estulticia, van poco a poco anegándonos con sus diarreas mentales. Véase el caso de uno de sus atracones más indigestos y nocivos; la idea de acaudillar la batalla -nunca dada- contra el sexismo el racismo y la xenofobia.

Atiborrados de ideologismo buenista y sobredosis de politización interesada, los adanistas y sus palmeros se han lanzado a erradicar cualquier atisbo de posible ofensa a todos los discriminados y perseguidos en alguna época de la historia. Tarea a priori loable si no fuese porque niegan o desprecian toda acción ajena, tienden al extremismo y sólo la ejercen a su conveniencia. Así, las ofensas a la religión no son tales, sino legítima libertad de expresión y las dirigidas a sus adversarios un ejercicio democrático. Con esta visión tan corta e interesada como sectaria, y habiendo copado medios y recursos, se han erigido en revisores y censores del legado cultural de la humanidad. De ahí que  raro es el día que alguno de los suyos, henchido de tanta pitanza tóxica, no nos regurgita un despropósito. Tan pronto proscriben palabras, sustituyéndolas por confusos eufemismos, como inventan otras que causan estragos a la gramática. En esto la ideología de género es fuente inagotable. Pero no satisfechos con aniquilar vocablos, en sí mismos inocuos, por sospechosos de inducir malos pensamientos, también la emprenden con todo género de expresiones culturales; libros, películas, pinturas  o esculturas, da igual, su canibalismo voraz no tiene límite. Hay que reeducar cueste lo que cueste. Lo que no pase el fielato de lo políticamente correcto debe ser eliminado y, siendo que mentes tan cultivadas son las que fijan los criterios y pautan los valores, lo más insospechado resulta posible.

Casos hay para todos los gustos. Desde colegios y bibliotecas que retiran docenas de cuentos clásicos por supuesta inducción al machismo, hasta autoridades que, a la caza de votos, promueven linchamientos culturales derribando estatuas de personajes históricos tachados de xenófobos y racistas. Otros, pretenciosamente más refinados, ejercen la equidistancia guisando al caníbal antes de comérselo. Son los que manipulan la cultura a su antojo hasta convertirla en comida basura.

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