¡Gracias por tu sonrisa!

¡Qué alegría! encontrarte con una sonrisa espontánea y sincera. En estos tiempos es todo un bálsamo. Estando tan ocupados poniendo a salvo la salud y el bienestar, si amedrentados sólo nos aferramos a lo material, corremos el riesgo de olvidarnos de vivir. Por fortuna aún hay muchos que no confunden la preocupación con el miedo, la prevención con el aislamiento o el dolor con la desesperación. Personas que apuestan por vivir, por ser felices compartiendo. Son las luces del Adviento cotidiano que disipan las tinieblas, la soledad, la tristeza, el aislamiento y nos aportan lo más importante; esperanza.  

Cuando a tantos les toca beber a diario del cáliz del dolor, ser amable debería  promoverse como el lavarse las manos. Igual que se recomienda la distancia social, habría que hacer campañas para evitar a los huraños, ariscos y cenizos y alentar la empatía. Para prevenir contagios se han proscrito abrazos y besos pero que yo sepa sonreír no.  Nadie está libre de tener un mal día, pero  los hay que deben haber interpretado mal algún protocolo y, atrincherados tras sus mascarillas, te miran con un rictus de tristeza que espantan. Son rigoristas del duelo mal entendido. A poco que te descuides, si no ejerces de alma en pena como ellos, te tachan de frívolo.  -Con la que está cayendo no están las cosas para sonrisitas,- te dicen con desdén. Pues si para algo no está el patio es para amargados. Me recuerdan a uno que al dar el pésame contaba su depresión. Daban ganas de preguntarle cuanto se le debía.

No hay mayor ejercicio de solidaridad que intentar ser felices haciendo feliz al prójimo. Sólo exige dejar de mirarnos el ombligo un poco y estar atentos a lo que les falta a los demás. Porque a todos nos falta algo, empezando por querernos un poco más. Practicar aquello de que la caridad empieza por uno mismo; descubrir que el que más recibe es el que más da. Que esté a nuestro al alcance  no significa que sea sencillo, pero tampoco imposible;  muchos lo procuran a diario y quien lo prueba, repite. Cosa distinta es que los afanes y agobios cotidianos tiendan a ensimismarnos. Pero quien no haya sentido la sensación de hacer feliz a otro sencillamente no ha vivido, se ha limitado a matar el tiempo.

Hacernos el favor de  querer ser felices sin dejarnos abrumar por el desánimo es la mejor receta contra todos los males. Esforzarnos por ofrecer una sonrisa es mucho más que un gesto de cortesía. Si la adversidad puede soterrar el ánimo bajo la losa del miedo hasta anularlo, el esfuerzo por sonreír diluye temores y libera del aislamiento, dejando aflorar  las ganas de vivir. Pero tan importante es compartir una sonrisa como aceptarla. Dejarse querer no es síntoma de debilidad más bien lo contrario. Sólo requiere un poco de buena voluntad y ser atentos o, lo que es lo mismo, estar al tanto, vigilantes, para aprovechar la ocasión de ser felices. Porque la vida es tan extraordinaria que nos brinda a doquier oportunidades para ello y no pocas ayudas para lograrlo. Sin ir más lejos hoy mismo comienza un tiempo de sonrisas y esperanza que se nos ofrece cada año para fortalecernos y renovarnos; el Adviento.

Se sea o no creyente, el Adviento es un tiempo impregnado de tanta esperanza que genera una sensación de alegría contagiosa. Si para los cristianos es un tiempo de gran profundidad religiosa, no es una celebración ligada en exclusiva a ellos. Quedaría mermada y como se evidencia año a año, a pesar de todo el lastre con el que lo desfiguramos y empobrecemos, su sentido es universal. El poder renovador del Adviento se nos brinda a todos sin exclusión. No sólo nos permite a los creyentes prepararnos para conmemorar y celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, se nos invita a estar atentos y vigilantes, listos para cuando llegue la segunda Venida de Cristo al final de los tiempos. Y aunque a veces se piense que, lo de estar atentos y vigilantes mirando el más allá, es una invitación etérea o futurista, no puede ser más concreta y real. Es una propuesta de felicidad. Una invitación para que hoy, mañana todos los días, cada uno de nosotros, en primera persona, vivamos un Adviento cotidiano.  Para que busquemos en nuestro interior, sin dejarnos  llevar por el desánimo, el egoísmo o el mundanal ruido y tratemos de responder a ese anhelo que todos los seres humanos llevamos dentro de paz, justicia y libertad, atreviéndonos a vivir plenamente, felizmente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás.

¡Gracias por sonreír! Feliz Adviento.

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