Viviendo un cuento chino

Dicen que fue Napoleón quien acuñó  la famosa expresión: cuando China despierte, el mundo temblará. Yo llevo escuchándola desde que tengo uso de razón. Desconozco en qué fase del despertar se encuentra el gigante asiático pero vistos los efectos de sus bostezos y estiramientos, su despabilar no augura buen rollito y clima feliz.

Cuando en el último tercio del siglo XX los promotores de la globalización proclamaban sus bondades, o bien pecaron de ignorancia e ingenuidad, o vendieron un bonito cuento de hadas. Probablemente hubo de todo, pero lo que el tiempo ha demostrado es que las promesas de alcanzar niveles de desarrollo y libertad jamás conocidos, no eran tan veraces.

Cierto es que el avance globalizador llevó pareja la multiplicación de la actividad mercantil y sus réditos. Tanto como que en los últimos cuarenta años la desigualdad ha crecido en muchas regiones; los muy ricos son más ricos y los muy pobres más pobres. Y allí donde ha disminuido ha sido a costa de las clases medias y bajas de los países que promovieron el proceso; occidente, particularmente europeos y norteamericanos, deberíamos hacérnoslo mirar. Y si los augurios de progreso socioeconómico no se han cumplido, mejor no hablar en términos de sostenibilidad y libertades.

Cuando occidente abrazó felizmente la globalización el altruismo liberador no fue su principal razón. En su afán palpitaba con más fuerza el oportunismo voraz del capitalismo más salvaje. Buscando, unos pocos, el beneficio rápido y anestesiados los más por el maná del consumo de bajo coste, se aceleró la deslocalización industrial  para alcanzar la ansiada ultra competitividad. Y China esperaba con los brazos abiertos. Que las nuevas localizaciones no fuesen ejemplo de exigencias sociales y ambientales no fue impedimento, era más bien un atractivo. Como diría Deng Xiaoping, no importa si el gato es negro o pardo, lo importante es que cace ratones. Lo que los propagandistas del nuevo orden callaron es que nosotros seríamos los ratones, China el gato y que vaya si el color importa. Más que un cuento de hadas comenzaba a vislumbrarse un gran cuento chino por entregas.

Deslumbrado por los beneficios de la globalización y engatusado por las trucadas reformas económicas chinas, el mundo libre no quiso tomar conciencia de los riesgos. A cambio del empobreciendo de sus clases medias entregaba, a un gigante de laboriosidad milenaria gobernado con puño de hierro, junto a sus empleos e independencia, sus mejores conocimientos y tecnologías a precio de saldo. Occidente no quiso ver que su nuevo socio jugaba con cartas marcadas sin intención alguna de aceptar compromisos en derechos y libertades. Un ciego optimismo que tampoco menguaría cuando el Partido Comunista aplastó las revueltas de Tiananmén ante la amenaza de perder su poder absoluto. Al contrario, las élites y próceres de la moderna ética pragmática occidental, máximos beneficiarios del proceso, aplaudieron la nueva política china de «un país dos sistemas». Habilitar a China a jugar al hipercapitalismo sin renunciar a su ideal comunista de la dictadura del proletariado, les parecía un buen paso para asentar el nuevo orden mundial en el que ellos reinarían. 

Así hemos llegado a nuestros días convertidos en ratones dependientes de un henchido gato rojo con tintes muy negros. Y si bien ya son muchas las voces que se alzan alarmadas por la situación, más y más potentes son las de los abducidos por el proceso. Embelesados por el poderío industrial, tecnológico, comercial y financiero del gigante asiático, diluyen y obvian, cuando no ocultan, el lado oscuro del supuesto «milagro económico chino». Aplicando hipócritas varas de medir, poco hablan los grandes medios de la represión sistemática de minorías étnicas y religiosas internadas en gulags del siglo XXI, del control férreo de la población o del constante goteo de disidentes desaparecidos. Reservan los titulares para denunciar «populismos» peligrosos de clases medias incultas y poco agradecidas de países libres.

Como decía, no sé en qué fase del despertar chino nos encontramos ni cuáles son las intenciones de gato tan enigmático como engañoso. Estos días se afana en actuar como generoso adalid de la lucha contra el virus que tan sigilosamente salió de su casa, alardeando de superioridad científica y «capacidad organizativa»; ejerce de defensor del libre comercio frente a oscuros proteccionistas sin cesar de acaparar todo lo que está a su alcance y no cesa de tejer su red de aliados tirando de talonario. Pero de libertades y derechos ni rastro. Para el gato rojo son debilidades de un caduco humanismo occidental.

Entre tanto, los ratones seguimos confinados y asustados. Los más peleando por un trozo de queso y no pocos aún confiando en la siguiente entrega del cuento chino.

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