Frecuentemente arraigan con éxito ideas sin mucho fundamento, incluso huérfanas de razón alguna. No sé en qué categoría incluir el aserto relativo a que estamos ante la generación más preparada de la historia. Supongo que algunos mimbres habrá para que axioma tan categórico haya cuajado tan bien, pero su solidez es muy dudosa.
Los ejercicios de autoestima colectiva siempre han existido. Toda sociedad humana ha recurrido a lemas y proclamas para enardecer su espíritu. Pero en las llamadas sociedades modernas, en las que el ego se cultiva intensamente como factor de competitividad, el marketing del orgullo ha alcanzado cotas insospechadas. Ser «lo más» parece condición indispensable para triunfar. Hoy casi todo es «lo más» y por ello cada paso que damos también se proclama histórico. Es evidente que la humildad ha hecho mutis por el foro y que el adanismo cabalga a sus anchas.
En este caldo de cultivo no sorprende el éxito de expresión tan arrogante. ¿De verdad nos creemos que estamos ante las generaciones más preparadas de la historia? Supongo que después del varapalo que nos ha dado el virus chino habremos amainado nuestra vanidad un poco. Pero igual no, porque la soberbia, cuando arraiga, es difícil de descabalgar. Incluso, cuando la evidencia es palpable, nos resistimos a aceptar nuestras debilidades porque, o eres «lo más», o no eres.
Personalmente niego la mayor. No hago de menos a las nuevas generaciones, sencillamente creo que las comparaciones son odiosas por injustas al no poder ser rigurosas. No me cabe duda de que los jóvenes disponen de conocimientos, habilidades y experiencias carentes en nuestro tiempo, pero también tienen lagunas. No son mejores ni peores, sólo algo diferentes. Al igual que sus defectos tampoco superan en cantidad o calidad a los de sus antepasados, las cualidades que, se supone sustentan la expresión de marras, tampoco son tantas ni tan reales.
Ya que la máxima cuenta con tantos defensores, haré un poco de abogado del diablo aportando para el debate un par de reflexiones. Visto en términos darwinianos, cabría decir que los más preparados serían los que gozan de mejor capacidad adaptativa para triunfar en su entorno. Siendo así, bastaría ver los datos de fracaso escolar, desempleo juvenil o dificultad de encauzar un proyecto vital, para preguntarnos qué falla. ¿Será que no están tan bien preparados para adaptarse al entorno con éxito? Echarle la culpa al medio siempre es un consuelo. Pero nuestros mayores también tuvieron que lidiar con el que les tocó. Podría argumentarse que el mundo actual es particularmente complejo y difícil. Igual es así pero, siendo el aserto tan categórico en el tiempo, supongo se admitirá que la humanidad también ha transitado por épocas muy complicadas. Además, hoy en día se cuenta con herramientas para gestionar la complejidad, inimaginables hace años. A la par se presupone que la capacidad intelectual ha ido pareja. Al menos esto es lo que sustentaba el famoso «efecto Flynn», enunciado en 1984. El estudio en el que se basaba concluía que el cociente intelectual de los seres humanos había incrementado notablemente en todos los países a lo largo del siglo XX. ¿Acaso no ha sido así?
Uno de los libros que mayor éxito está acaparando en Francia se titula » La fábrica de cretinos digitales: los peligros de las pantallas para nuestros hijos». Su autor, Michel Desmurgetes, doctor en neurociencia y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, alerta del uso excesivo de las tecnologías de información y comunicación por parte de las nuevas generaciones y de sus nocivos efectos en la salud física, las emociones y el desarrollo intelectual. Aún no lo he leído, pero recuerda estudios recientes, realizados en Estados Unidos y países europeos, que concluyen que el coeficiente de inteligencia de los nacidos a partir del último tercio del siglo XX ha venido sufriendo una disminución constante.
¿Será que el «efecto Flynn» comenzó a declinar hace unas décadas? No tengo opinión fundada al respecto. Lo que si tengo claro es que, el nivel de mansedumbre y de adhesión a todo tipo de ideas disparatadas que se da en todas las generaciones, no es muestra de gran viveza e inquietud intelectual. También, que debemos ser muy cautos a la hora de alimentar nuestro ego creyéndonos que estamos ofreciendo a nuestros jóvenes lo mejor para que sean «lo más».
