Profundas corrientes supremacistas que circulan por el mundo desde hace siglos han recobrado fuerza cebándose en dos de sus blancos predilectos, la hispanidad y la fe.
Sentirse superior a los demás forma parte de la condición humana. Pero no es una debilidad más. El mal que encierra la soberbia individual al colectivizarse no conoce límites. Cuando los supuestos seres superiores pasan de creérselo a exigir aceptación y sometimiento de los inferiores y hallan cauces de organización y promoción, el delirio muta a formas varias de supremacismo. Junto a la más conocida y mal llamada supremacía blanca occidental, cohabitan otras formas; racial, étnica, religiosa, económica o cultural que, no por menos aireadas, son menos peligrosas.
Extender la mancha para ocultar su origen es práctica burda pero a veces muy eficaz. Así ha sucedido con la idea más extendida de supremacismo. Siendo en realidad su origen y razón el racismo anglosajón y protestante, han diluido su culpabilidad englobando, bajo la denominación, a todos los blancos occidentales, incluyendo, para mayor escarnio, a algunas de sus víctimas históricas, particularmente los hispanos. No me extenderé. Sólo recordar que el sentimiento de desprecio que llevó a Lutero a llamar a los españoles marranos, palpita quinientos años después en el acrónimo PIGS acuñado por sectores financieros anglosajones. Es la misma corriente supremacista que alimenta la hispanofobia vigente y de la que beben los acomplejados hispanos que derriban estatuas de Colón creyendo que con ello se asimila a quienes les humillan.
Menos divulgada es esa otra corriente supremacista que ha cobrado fuerza por haber sido promovida y ensalzada como señal de modernidad; el supremacismo intelectual. Un sofisticado exponente de soberbia que, apuntalado en el valor superior de los que más conocimiento dicen tener, recuerda mucho al llamado «racismo científico» que tanto auge tuvo entre las élites del XIX. Esa pseudociencia que, basada en un falso racionalismo, justificó la superioridad biológica de razas más evolucionadas y acabó generando la eugenesia racial y sus macabras consecuencias. Hoy, los altivos apóstoles de la supremacía intelectual, también esgrimen su superioridad racional y científica para descalificar, estigmatizar y menospreciar principios, valores y creencias que, a su juicio, son propios de seres intelectualmente inferiores. Obviamente, entre sus principales objetivos, está acabar con las creencias religiosas, en particular la católica, por ser baluarte de muchos de los principios y valores que detestan.
Los activistas de la «supremacía intelectual» si bien abundan en ambientes varios, son de talla muy variada; los más meros imitadores y correveidiles. De ahí que, para no deslucir con el ejemplo, he optado por Richard Dawkins, gurú icónico de la cruzada ateísta que tanta influencia ha tenido. Desde los 70 lleva trabajando con notable entusiasmo en su misión de erradicar la religión de la sociedad llevando a las gentes ignorantes su conocimiento superior. Porque para él la fe religiosa es sobre todo un «pensamiento defectuoso» producto de la ignorancia y el adoctrinamiento insidioso que sólo trae opresión y desgracias. Con ese afán ha dedicado ingente esfuerzo a inculcar sus ideas recurriendo al análisis racional y científico. Pero cuando los argumentos racionales son insuficientes, cae reiteradamente en la ofensa y el desdén del que se considera superior. Conociendo su obra, creo que Dawkins nunca ha querido encontrar a Dios o, su soberbia, no se lo ha permitido. Probablemente su idea de un Dios vigilante, justiciero y autoritario le ha generado gran parte de su odio y rechazo. Muestra reciente la tenemos en la visión que inspiró el comentario que hizo hace un año y que tanto escandalizó a sus seguidores: «Acabar con la religión no es una buena idea, sin una creencia en Dios, las personas pueden sentirse libres de hacer cosas malas al sentir que Dios ya no les está vigilando». Acto seguido señaló que odiaba esa idea.
A los efectos, lo más relevante es que, con sus argumentos pseudoracionales y desde su superioridad intelectual, Dawkins y otros han inspirado una suerte de supremacismo ético. Llevando a la mente de muchos que la fe no es para mentes libres y formadas, sino algo caduco, irracional y acientífico y que las religiones son fundamentalistas, intolerantes, fanáticas, totalitarias y opresivas, no sólo buscan expandir el ateísmo, para lo cual son muy libres, sino, algo mucho menos aceptable, imponer a las sociedades su doctrina a la par que te consideran inferior.
A quienes miran al creyente con desdén, por encima del hombro, desde su supuesta torre de marfil intelectual, que desprecian su fe de carbonero y la ridiculizan, sólo me cabe recordarles unas palabras del Evangelio (Lc 10, 21-24) » En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.»

Reflexión muy buena que comparto plenamente. Siempre he considerado que de la cultura Protestante en proviene , en parte, esta actitud de superioridad que el fondo ha sido la forma hipócrita de destruir a sus adversarios, al tiempo que justifican ante los demás que el dinero es un beneficio que Dios otorga por un trabajo intensivo, aunque sea a costa de otros.
El racismo intelectual es algo similar. Porqué se considera hoy a escritores como Peman, Marquina o investigadores como Menéndez y Pelayo algo a ignorar y se discute por parte de los mediocres al que destaca dentro de una rama por un trabajo serio y riguroso?.Gracias Javier , una vez más
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Muy atinado tu comentario como siempre Hilario. Muchas gracias.
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