En mi trashumancia veraniega, camino de tierras frescas, recorro lugares y sendas disfrutando de sus mil tonos ocres y otros tantos verdes. Este año sin embargo el paisanaje está impregnado de un matiz más uniforme; un halo de tristeza e inquietud. Hay sonrisas de bienvenida, incluso alguna carcajada suelta, casi siempre forastera, pero abundan más las caras serias. Entre tanto desasosiego, busco y hayo refugio de paz y esperanza en Santo Domingo de Silos.
Mientras, muy cerca, en el Monasterio de Yuso, ¡que sarcasmo!, los dirigentes celebran, entre fotos de familia, otro cónclave que sospecho tan escaso de espíritu como de utilidad, al menos para el sufrido pueblo. Pero ¡qué oportunos!, no pudieron escoger mejor fecha; el mismo día en que, hace cien años, nacía, del genio de Ramón del Valle-Inclán, el esperpento, con la primera entrega de Luces de Bohemia en el semanario España. ¡Qué guasa tiene la vida! Salvando las distancias, cuan actual es la aridez, la mediocridad, la corrupción, la mendacidad política, la miseria intelectual y espiritual que denuncia el maestro. Tanto que hoy, la miserable realidad deformada y grotesca reflejada por los espejos cóncavos del madrileño callejón del Gato, la vemos sin arte alguno en la televisión. El esperpento lo padecemos a diario, con la condena añadida de que, sus protagonistas, son infinitamente menos brillantes que el hiperbólico Max Estrella y Don Latino de Híspalis.
Dejemos pues a los políticos con sus trampas que ningún provecho cabe sacar de ellas. Retornemos a Luces de Bohemia para hallar rayos de sabiduría que iluminen el presente, en ese genial esperpento trágico cómico de vida, muerte y religiosidad del sentir, pensar y creer de la sociedad española. Entremos en la cueva de Zaratustra y ocultos, entre tomos viejos apilados, escuchemos la lírica destilada del coloquio entre el librero, Max Estrella, Don Latino y Don Peregrino Gay. Asistiremos a una lección magistral, en una prosa sin fisuras, oyendo sentencias como dardos sobre la moral de la sociedad que, vistas sin sus deformados reflejos cóncavos esperpénticos, encierran verdades como puños. Entre ellas, una de Don Gay, que Max aprueba y apostilla, que explica no poco de lo que nos está ocurriendo: “La creación política es ineficaz si falta una conciencia religiosa con su ética superior a las leyes que escriben los hombres.”
¿Cómo está nuestra conciencia religiosa? ¿Dónde está Dios en nuestras vidas? Nos esforzamos tanto en ocultarlo que apenas se le siente. Hemos organizado la sociedad y nuestro día a día como si Dios ya no existiese. Su ausencia y la creencia de que podemos valernos por nosotros solos, es causa de la frustración, el desasosiego y la tristeza. Los que estamos en crisis hoy somos nosotros, los seres humanos. Siendo muy graves los problemas sociales y económicos que nos aquejan, es la desconexión de los hombres con Dios lo que nos está llevando a un abismo antropológico trágico; no saber a dónde vamos ni quiénes somos.
Necesitamos volver a situar a Dios en el centro de nuestras vidas. Ese Dios que habita en todos nosotros esperando pacientemente a que dejemos que se nos revele. El Dios que nos tiende la mano para salvarnos a todos sin excepción y que a todos es accesible. Cuan poco tiempo le dedicamos y no tanto por rechazo, pues para ello primero hay que conocerle, sino por puro abandono, comodidad, pereza o vergüenza. Qué fácil obviar su existencia confiando ciegamente en nuestra razón moldeable. Nada hay incompatible con admirar y animar el progreso del genio humano, de la ciencia y la tecnología, dejando que Dios nos ayude a trascender nuestras limitaciones. Las que hoy sentimos inquietos y asustados cuando vemos como se derrumba a nuestro alrededor tanta certeza racional. Cuanto nos cuesta ejercer de cristianos en público. Como alguien dijo es la apostasía del silencio. A riesgo de ser tachados de integristas, retrógrados o intolerantes, anunciar que Dios está ahí, que nos espera a cada uno de nosotros, es un acto de generosidad, es lo más caritativo que podemos hacer, lo más solidario. Devolver a Dios la primacía en el corazón del ser humano y de la sociedad es el único camino cierto a la felicidad. Sin Dios el mundo será sólo un esperpento.

Muy biem Javier!!!un abrazoMiguel AngelEnviado desde mi smartphone Samsung Galaxy.
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