Cada uno es responsable de su cara

Al ir cumpliendo años me reafirmo en la idea de que las personas, con la edad, no suelen cambiar mucho de manera de ser. Hay excepciones, pero por lo general el que era simpático de niño sigue siéndolo a los sesenta y el cretino también. Igual sucede con otros rasgos de la personalidad. Me pregunto por qué.

No sé cuando se imprime huella tan persistente, pero todo hace pensar que a muy temprana edad. De entrada la ciencia ya nos da una clave; los ingredientes básicos del temperamento son hereditarios. Resulta curioso que, cuando nace una criatura, buscamos parecidos físicos familiares sin sospechar que, con ellos, viaja una herencia más sutil; unos rasgos que pronto comenzarán a expresarse en reacciones y actitudes que nos evocarán a algún pariente. Pero ya bastante antes de que los comencemos a detectar, desde el mismo instante de la concepción, estos rasgos heredados irán pautando unas predisposiciones y tendencias que condicionarán nuestra relación con el entorno durante toda la vida. La resultante de tan enigmática interacción es lo que llamamos carácter.  Obviamente este proceso tiene sus tiempos y ritmos vitales, pero es comúnmente aceptado que, los primeros años de vida, son cruciales.

Así pues, si el temperamento es innato y el medio con el que interactúa en el periodo más crítico de formación del carácter no lo escogemos nosotros, me atrevo a hacer dos afirmaciones: que nuestra manera de ser nos ha venido dada en gran medida y que, esos rasgos tan difíciles de cambiar, forman parte de esa pasta madre de nuestro carácter que nos ha tocado. De ahí la importancia de educar a la criaturitas desde su tierna infancia para que modulen sus «expresiones temperamentales» a fin de que el pequeño exigente gracioso no se convierta en un déspota, el pasivo en un apático o al generoso no le avergüence serlo. Los envidiosos y pelotas también muestran maneras pronto, tanto como los cariñosos y sinceros.

Visto lo visto, no es raro que las personas no cambien sus maneras con la edad. Incluso que se justifiquen ciertas personalidades con frases tales como: «es cosa del carácter» o “yo soy así”. Pero siendo difusa la frontera entre carácter y personalidad, no creo que sean conceptos sinónimos, cuasi inamovibles. En nuestro sorprendente proceso vital no todo está escrito; ni mucho menos. Aún cargados con nuestra mochila temperamental y un carácter cuasi innato, cada cual tiene margen para conformar su personalidad, modulando su carácter. Hay quienes apenas evolucionan, dejando que su personalidad sea dominada por su carácter. Otros en cambio, limando asperezas y cultivando potencialidades, se dotan de una personalidad con la que se sienten más a gusto.

Claro que, conformar una personalidad moldeando la masa madre, es todo un reto personal. Sólo arrancamos cuando tomamos conciencia de los pros y contras de nuestro carácter y luego exige mucha voluntad y constancia. Además, porque es una carrera de fondo, a cuestas con una mochila que pesa lo suyo, no cabe otra que contar con apoyos. Queramos o no, el medio cuenta y de qué manera. Supongo que saber escoger los entornos que más nos convienen es parte del éxito. En todo caso, no es imposible cambiar nuestra manera de ser y creo que intentarlo es signo de inteligencia porque genera bienestar a quien lo procura y a su prójimo, que ya es mucho.

Volviendo al principio, no sé por qué cambiamos tan poco. Verdad es que venimos bastante formateados y tendemos a ser cómodos, escogiendo entornos en los que nos acepten como somos. También puede ser que la educación no ofrezca muchas destrezas y habilidades en este campo. Lo cierto es que finalmente es una elección personal y que, como alguien dijo, a partir de los cuarenta cada uno es responsable de su cara.

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