Guarros ambientales

Hace tiempo que quería hablar de ellos; la plaga de pequeños degradadores del entorno cuyas huellas sufro a diario en mis paseos. Y que mejor ocasión que el Día Mundial del Medio Ambiente. Pues si bien son muchas las voces que se alzan alertando de las graves amenazas que se ciernen sobre el planeta Tierra, suelen quedar más en el olvido otras tropelías, no por poco aireadas, menos importantes y dañinas.

Denunciar los abusos que sufre la naturaleza y lo riesgos que conlleva para la dignidad y calidad de vida de los seres humanos, es, desgraciadamente, indispensable. Como necesario llamar a la acción para corregir el rumbo, frenar el calentamiento global, preservar océanos y bosques, conservar la biodiversidad y sus hábitats y proteger tantos otros valores naturales. Pero si queremos que, las proclamas, los lemas y los buenos deseos sobre un mundo mejor, a los que es fácil sumarse, se conviertan en realidad, habrá que empezar a tomarse más en serio los ataques que, cotidianamente, sufre nuestro entorno más cercano.

No son comparables, me dirá alguno, los daños que aquejan a las selvas o a los mares, con los que  pueda ocasionar un desaprensivo tirando papeles al suelo. Efectivamente, no lo son. Ni lo pretendo. Pero lo uno termina llevando a lo otro. Primero porque el número de guarros es abundantísimo. Y no me refiero a los entrañables cochinos,  que tanto bueno aportan a la humanidad, sino a todos aquellos seres que el diccionario adjetiva en sus múltiples acepciones de guarro: personas sucias, groseras, sin modales, ruines y despreciables. En segundo lugar, porque sus desmanes son muy consentidos o, cuando menos, insuficientemente reprimidos y, en tercer lugar, porque quien no respeta lo pequeño, difícilmente cuidará de lo grande.

Cualquiera con un mínimo de sensibilidad puede detectar las señales de degradación  que van dejando a su paso los guarros ambientales, cuando no, padecer en carne propia su desprecio por el entorno. Son tipos tan zafios como soberbios. Lo mismo les da dejar un alcorque lleno de colillas, que una plaza plagada de restos de su botellón. Con igual altanería golpean un árbol para aparcar su coche, que dan voces a altas horas, sin respeto alguno por el descanso del prójimo. De similar pelaje son los que imponen su cutre cultura grafitera, degradando a su antojo calles, monumentos y paisajes, que, los guarros que no dudan en orinar, defecar o escupir allá donde el cuerpo lo pida.  Bañarse donde está prohibido, dejar los restos en el campo, maltratar a los animales, inundar con sus gritos, y los de su prole, espacios naturales, esperar con el motor en marcha, porque hace frío o calor, abandonar un colchón en la acera o tirar un trasto viejo por un barranco, son ejemplos cotidianos de los miles de actos vejatorios, para el entorno y sus habitantes, que practican seres tan inmundos.

No son exclusivos de una clase social determinada, ni les marca el nivel de estudios. Hay guarros ambientales por doquier. El tipo que arrambla con lo que sea preciso para acercar su coche a la costa o al pinar, porque el no va a pagar aparcamiento, ni está para darse un paseo, ¡sólo faltaría¡, puede ser un peón o un magistrado. Darse una vuelta por algunas facultades universitarias, y no digamos si acaba de haber fiesta en el campus, no es muy distinto de hacerlo por un arrabal depauperado. La educación básica, o los modales, valores clave para tener una genuina conciencia ambiental, se adquieren en el entorno más próximo; la familia. Se cultivan con amigos y compañeros y, si la sociedad es realmente civilizada, y no sólo en apariencia, estos valores son promovidos por sus miembros, particularmente los de mayor responsabilidad, rechazando y afeando la conducta del guarro ambiental y, llegado el caso, reprimiéndola con la contundencia que merece. No se es más democrático por tolerar a tanto guarro, todo lo contrario, sin respeto no hay democracia que valga, ni medio ambiente que lo resista.

7 comentarios sobre “Guarros ambientales

  1. Totalmente de acuerdo, y deberíamos comentar el aumento de suciedad de los perros que hemos sufrido durante el confinamiento, claro, estaban solos en la calle y no les veía nadie….

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  2. Totalmente de acuerdo Javier. Da asco andar por Madrid. Y no has incluido la vestimenta con la que pulula la población madrileña… sobretodo cuando llega el verano…

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