Rezar a tiempo y sin cautela

No pocas veces me ocurre que aparco un texto iniciado para dar paso a una idea sobrevenida. El otro día se me cruzó en el camino una conversación con un amigo, profesional de valía y buena persona, al que la crisis ha llevado al paro. Acabamos hablando de la oración y de ahí surgieron estas breves reflexiones que hoy comparto.

Siendo el rezar práctica tan propia del creyente, cuan a destiempo lo solemos hacer y con qué escasa convicción. Bastante de cierto debe haber en que somos propensos a orar más tarde que pronto, cuando en el acervo popular está tan asentado aquello de que «nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena». Con la necesidad, nuestro fervor crece, y al pasar la urgencia, tendemos a rezar con menos ahínco, con menor firmeza. Si imploramos la ayuda divina ante las dificultades, lo cual es muestra de confianza, parecería lógico hacerlo también con idéntica esperanza para que ilumine nuestro camino. Pero lo cierto es que, tan dispuestos estamos a lo primero, como recelosos nos mostramos a la hora de orar para que Dios nos guíe.

De alguna manera, parece estar más enraizado rezar para buscar soluciones o espantar miedos en nuestro peregrinar, que para orientarnos en la vida. Lo primero a casi nadie extraña. Apelar a Dios como último clavo al que agarrarse es comprensible hasta para los no creyentes. Pero, confiar en Él, para discernir, es menos aceptado y, no digamos, hacerlo sin reserva alguna. Tantos son los lazos que tejemos en nuestro devenir que, nos cuesta mucho ponerlos en tela de juicio. Tan fuertes son las ataduras, que somos capaces de creer, sin dudar apenas, en muchos a los que nunca acudiríamos a pedir ayuda; basta que sean más permisivos con nuestras conveniencias. En cambio, al acudir a Dios en oración, nos acompañan los recelos, tendemos a rezar un tanto maquinalmente, con devoción, sí, pero sin demasiada convicción. Además, olvidamos que lo primero y más importante que un cristiano puede hacer por sí mismo y por los demás es rezar confiando en el poder de la oración.

Pero aunque recemos a trancas y barrancas, perseverando mantenemos abierta la puerta a la luz de la Verdad que, poco a poco, disipa nuestras cautelas,  llevándonos a agradecer todo el bien que nos hace. Leer la palabra de Dios, que también es forma de oración nos allana el camino. Creo fue San Felipe Neri quien, al ser preguntado ¿por qué es tan difícil cumplir el Evangelio? contestó – «porque es  sencillo». Al oírlo me gustó la respuesta porque la ausencia de dobleces en los evangelios, donde ocultar nuestras conveniencias, nos ayuda a evidenciar nuestras debilidades, nos da la oportunidad de descartarlas y deja espacio para que opere el poder de la oración.

Para concluir me permito una recomendación; recuperar la lectura de las vidas de santos. Práctica no por olvidada poco interesante. Entre tanta literatura ofertada de famosos gurús y predictores,  centrada en alcanzar el éxito económico, conocer la vida de quienes lograron la felicidad abandonándose a la voluntad de Dios es un regalo.

En la festividad de San Juan de Ávila, doctor de la iglesia, gran predicador, y maestro de oración.

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