¡Feliz Navidad!

Siendo que a las palabras escritas les dan sentido sus lectores, aprovecho fechas tan señaladas para brindar por vosotros y daros las gracias por hacer lo propio con las mías.  Alzo mi copa deseándoos paz y, como no ha de faltar regalo, os dejo un breve relato que escribí hace años para que vuelva a cobrar vida.

«Cuando el monte viene a felicitarnos la Navidad»

Pocas veces el monte se hace presente en nuestras ciudades y casas como en Navidad. Cuando llega el Adviento, el mejor embajador del monte, el Rey del bosque, va poblando plazas, calles y hogares para admiración y gozo de sus moradores. En estos días, se cuentan por millones en el mundo los árboles que irradian de luz y color nuestra existencia.

Respondiendo a una llamada ancestral del vínculo entre la tierra y lo divino, los seres humanos han buscado en el monte poderes y espíritus para aliviar sus dolencias, redoblar sus fuerzas, alejar el mal, ser más fecundos, más sabios, más longevos y, finalmente inmortales. La hiedra, el laurel, el muérdago y plantas de hoja perenne -siempre viva- como el acebo o las ramas de pino y abeto, han decorado los lares desde la más profunda antigüedad hasta nuestros días.

Pero si algún ser del bosque ha tenido un significado mágico o sagrado ese ha sido el árbol. En todas las culturas el árbol aparece cargado de simbolismo espiritual, poético o antropológico llevando a su sacralización y veneración. Arquetipo generalizado ha sido y es el árbol de la vida. Poseedor de profundos y ocultos  significados, ha suscitado a lo largo de los tiempos una misma creencia: la encarnación del principio vital. Su ciclo anual representa el eterno retorno  a la vida y su condición de axis mundi, eje que une el mundo subterráneo con la tierra y el cielo, permite ascender al mundo místico, alcanzar el conocimiento y la vida eterna. Dotado de semejantes poderes, no es de extrañar que el árbol de la vida haya ocupado lugar tan destacado en la historia y que sea el origen de tantas tradiciones que perviven hoy en día como la de nuestro árbol de Navidad.

Según nos ha llegado, entre verdad y leyenda, San Bonifacio (680 – 754),  obispo inglés, llegó a Alemania en el siglo VIII para predicar el evangelio. Hallando a los lugareños practicando una vieja idolatría para celebrar el solsticio de invierno, sacrificando animales y a un joven en el sagrado roble de Odín, cogió un hacha y golpeó el tronco para cortarlo, pero no lo logró. Súbitamente una fuerte racha de viento derribó el árbol ante la estupefacción de los congregados. Sorprendidos y desconcertados ante la inactividad de Odín, los aldeanos preguntaron a San Bonifacio como debían celebrar. El Obispo, viendo que, entre las ramas del roble caído, se mantenía en pié un pequeño abeto, para dar gracias a Dios, mandó adornarlo con manzanas -símbolo de las tentaciones- y con velas – luz de Cristo que ilumina el mundo-.

Como quiera que la acción de San Bonifacio tuvo lugar, según la tradición, en la Navidad del año 723, la proliferación de la costumbre de iluminar un abeto tardaría siglos en llegar a nosotros. Parece ser que se conservó localmente en los países nórdicos, extendiéndose muy poco a poco. Su expansión llegaría precisamente de la tierra de San Bonifacio, de la Inglaterra Victoriana, introducida en la corte en 1841 por el príncipe Alberto, el marido alemán de la reina Victoria. Primero la aristocracia y luego el resto de la sociedad fue incorporando esta tradición que, gracias a la imperante moda victoriana, se difundió por Europa y América. En España dicen que el primer árbol de Navidad se colocó en 1870 en el que fue el palacio de Alcañices, ubicado en el Paseo del Prado esquina con la calle de Alcalá.

En nuestros días el árbol navideño ha proliferado extraordinariamente en muchos casos como mera decoración. Pero aunque las manzanas y velas se hayan sustituido por otros mil adornos, cuando lo miramos en la soledad de la noche, el abeto, siempre verde – siempre vivo, nos trae un saludo de lo más profundo de nuestros bosques y montañas y nos lleva a elevar la mirada a lo alto, al cielo al infinito, evocando la vida eterna y el misterio de la Nochebuena.

¡Feliz Navidad!

2 comentarios sobre “¡Feliz Navidad!

  1. Que maravilla lo que nos mandas Javier!!! Nosotros también te deseamos una muy feliz Navidad y todo lo mejor para vuestra estupenda familia.
    Un abrazo muy fuerte con mucho cariño,
    Maria y Bernardo

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