Auto-adoctrinados

No tenía intención de encadenar reflexiones. De hecho tras mi última entrada sobre el fracaso tenía previsto explorar otros derroteros. Pero ante el espectáculo que se me ofrece en esta «temporada electoral de rebajas», de ofertas a domicilio y para llevar, no me he podido resistir.

Como en tantas facetas de la vida la dosis puede marcar una gran diferencia. Tomemos el caso de esa actitud vital convertida en refrán; hacer de necesidad virtud. En principio nada tiene de malo tolerar con paciencia aquello que no se puede remediar, incluso favorece el ejercicio del don de la mansedumbre, de ahí supongo deriva lo de la virtud. Pero cuando esa actitud se torna en excusa habitual para no buscar remedio, se abre la puerta a la sobredosis de conformismo y de ahí a un progresivo estado de pseudofelicidad inversamente proporcional a ser libre.

Desde hace años vengo percibiendo una creciente tendencia social a aceptar mansamente hechos, opiniones y actitudes en general no sólo opuestos a ciertos valores o principios, sino directamente contrarios a la razón.  Los síntomas en el día a día son evidentes, pero en «temporada electoral» alcanzan cotas de pandemia. Cualquier persona medianamente inteligente,  que se pare a reflexionar dos minutos, se quedará perpleja al comprobar el nivel de aceptación de la  mentira en sus múltiples variantes y de sus destilados. Sorprende ¡qué digo! estremece ver cómo engaños manifiestos y reiterados reciben escasa penalización social e incluso se justifican.

Tengo para mí que la causa de la epidemia ya no obedece tanto a puro conformismo, a una feliz pereza para revolverse en contra. Creo que el deterioro está más avanzado, a mi juicio ya hay mucha gente que sencillamente no se opone porque comparte sus causas. Sí, han asumido el engaño y sus frutos como normal  y lo que es aún peor están tan a gusto.  Algunos pensarán que estoy siendo tremendista pues aún quedan no pocos sanos. Pero dado el peligro que conlleva la marea, conviene estar alertas y sobre todo no minimizar la plaga porque sus consecuencias nos afectan y mucho.

Que las ideas y la forma de comportarse de las personas están influidas por la percepción que tengan de la opinión dominante, es un mecanismo social constatado, al igual que el hecho de que es tanto más eficaz cuanto menor es la capacidad de juicio crítico de la sociedad. Por ello el aumento de aceptación de la mentira en una sociedad es directamente proporcional a la reducción de su capacidad de crítica, lo cual se logra  acallando y  aislando a esa fracción que persiste en tener opinión propia, hasta convertirla en minoría cavernícola y por tanto peligrosa. A la par este mecanismo se ve favorecido por el hecho de que, por lo general, a los seres humanos sentirse diferentes o aislados no les gusta. Cuando tienen que optar tienden a sumarse a la opinión mayoritaria envuelta en un halo de tolerancia y consenso. Y aquí entra en juego el inmenso poder de los medios de información y comunicación encargados de generar los climas de opinión mayoritaria. Unos medios y redes cuya progresiva concentración ha propiciado, salvo excepciones minoritarias, su progresiva uniformización asumiendo y difundiendo ideas mágicamente consensuadas, opiniones políticamente correctas, ofreciendo simultáneamente una apariencia de independencia manteniendo visiones discrepantes sobre cuestiones cada vez menos relevantes. Y ahí, en esta aparente fuente de diversidad informativa, los sumisos pueden ejercer su libertad residual sintonizando con aquellos que les refuercen su pseudofelicidad, y les proporcionen su dosis diaria de auto-adoctrinamiento.

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